Dice el tango que “veinte años no es nada”. Imagino que cincuenta, aunque sean más del doble, se han pasado también en un abrir y cerrar de ojos. Que hace un suspiro, como recién casados, estabais subidos en un Dodge del que (por cierto) hoy os habéis librado por un pelo. Que también era ayer cuando dos de vuestros primos hacían de pajes de boda con más o menos la misma edad que ahora tienen vuestros nietos.
Tanto mi hermano como yo hemos tenido la suerte de acompañaros durante la mayor parte de estos 50 años. Por eso, mi objetivo hoy es recordar la huella que nos habéis dejado en este tiempo, y daros las gracias por ello. Empezando por los valores que nos habéis transmitido.
Nos habéis inculcado que se es más feliz cuando, en lugar de tener lo que quieres, simplemente quieres lo que tienes, y tienes lo que necesitas. Que hay que hacer siempre lo correcto, en cada momento, aunque no sea lo que más nos guste o no sea el camino más fácil. Porque haciendo lo correcto, hasta las decisiones más complejas y más ambiguas se vuelven sencillas.
Nos habéis enseñado el valor del esfuerzo. A dar nuestra mejor versión en cada momento, sin aspavientos, sin exageraciones, y sin que eso signifique vaciarse de energía. A apreciar el trabajo bien hecho, y a no conformarse con dar por debajo de lo que eres capaz, aunque la recompensa no llegue en el corto plazo.
También nos habéis enseñado que no todo son números, sino que por encima de los números están las personas. Reconozco que, como ingeniero empedernido, esto me costó un poquito más entenderlo y aplicarlo. Pero como la paciencia es otra de vuestras virtudes, y otro de los valores que nos habéis transmitido, supisteis insistir y esperar a que el mensaje calara.
Muchos de estos valores los heredasteis a su vez de los abuelos, a los que tantas veces recordamos. Supongo que uno de las mayores aspiraciones y satisfacciones de un padre es estar orgulloso de sus hijos, y sé que ellos están orgullosos de vosotros viendo lo que habéis creado.
Hace apenas un par de días escuchaba a alguien decir que amar es cuidar, es comprender, y es inspirar. Creo que para con nosotros, habéis conseguido las tres perfectamente. Nos habéis cuidado en todo momento, con cariño, sacrificando vuestro propio bienestar para que nosotros alcanzáramos el nuestro. Nos habéis comprendido en nuestras particularidades y en nuestras elecciones de vida: nuestros estudios, nuestros viajes, nuestras familias. Y nos habéis inspirado para, como decía antes, alcanzar la mejor versión de nosotros mismos.
Somos una familia contenida en sentimientos, pero también una familia que aprecia los pequeños detalles. Además, el amor se manifiesta muchas veces así, en pequeños detalles. Por eso quiero también homenajear esos pequeños detalles que, pasando casi desapercibidos, demuestran el amor que os tenéis. Como que sigáis paseando cogidos de la mano (no del brazo; de la mano) después de tantos años. Que no haya comida que papá no agradezca y elogie con un “está muy rico, chata”. O que, incluso cuando hay que decirle al otro que se está equivocando, lo hagáis sin estridencias; muchas veces simplemente apoyando vuestra mano encima de su brazo o de su rodilla. Y sólo con eso, el otro sabe que tiene que contenerse.
Con todo esto, sólo me queda daros las gracias en nombre de mi hermano y mío. Gracias por los juegos: las torres de vasos de yogur, las canicas y el gua, o las partidas de chapas. Gracias por los tuppers, que siguen llegando incluso pasados nuestros 40 años. Gracias por reunirnos a todos en celebraciones de familia, y también por uniros a las nuestras incluso cuando quedaban lejos y había que coger avión. Gracias por la educación que nos habéis dado – no puedo imaginar una mejor. Gracias por habernos apoyado en nuestras decisiones, incluso cuando a veces seguro que no las entendíais, o incluso a veces no las compartíais. Gracias, al fin y al cabo, por querernos tanto.
Os queremos.